

El partido contra Italia fue coser y cantar para los sudamericanos. Enfrente tuvieron a un rival desconocido que atraviesa una grave crisis de juego y, sobre todo de identidad. Hasta hace muy poco era muy sencillo reconocer a la selección azzurra. Podría gustar más o menos su juego, pero su eficacia quedaba fuera de toda duda. Ahora, el panorama es bien distinto. La fragilidad defensiva es un regalo muy generoso para cualquier rival, que la aprovechan para generarla ocasiones claras de gol. Si tiene a Brasil como rival, lo normal es que te vayas al descanso goleado.
Luis Fabiano fue el protagonista de la primera mitad con dos tantos que dejaron el partido encarrilado. Anteriormente, Brasil ya había avisado con dos disparos que se terminaron estrellando en el palo de la portería de Buffon. La puntilla de la primera parte la dio Cannavaro con un gol en propia meta en el último minuto, que dejaba a Italia a expensas de un milagro para no caer eliminada.
Pero cuando no se tienen los ingredientes necesarios es muy complicado que el plato tenga el sabor adecuado. Italia lo intentó con más ganas que calidad ante un Brasil que ya estaba en un plan contemplativo. Las noticias del otro encuentro entre Egipto y Estados Unidos daban esperanza a los europeos, que de haber marcado un solo tanto hubiese conseguido clasificarse para las semifinales donde se hubiera medido a España.
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