El partido quedará marcado no por la excelencia del juego de los azulgranas, sino por los pitidos de las dos aficiones al himno de España con el Rey presidiendo el encuentro desde el palco.
El equipo vasco sólo aguantó media hora. Se adelantaron en el marcador gracias a un gol de Toquero a la salida de un saque de esquina. Los bríos iníciales de los jugadores de Joaquín Caparrós encontraron su recompensa. A la vez, descubrieron el punto más débil que tiene el Barça, la defensa de las jugadas a balón parado. A medida que iban pasando los minutos los bilbaínos se fueron desinflando.
Fue Touré Yaya el protagonista inesperado del empate. Desde su posición de central fue avanzando sin oposición desde su campo hasta que se decidió por dar un patadón que se coló sin remisión por el lado izquierdo de la portería rojiblanca. El tanto fue un punto de inflexión entre un equipo que se convirtió en dueño de la pelota, el Barça, y otro que desapareció, el Athletic de Bilbao.
La segunda parte fue un monólogo. Los de Guardiola volvieron a tratar con mimo al balón. Nada de balones al largo. Al pie y al primer toque. Ellos prácticamente ni se movían. Sólo desplazaban al balón y a los jugadores bilbaínos, que recordaron a los del Madrid en la goleada de Liga en el Bernabéu. Messi adelantó a los azulgranas con un gol de precisión dentro del área. Fue la puntilla ante un rival que bajó los brazos impotentes ante el vendaval que tenían enfrente. Bojan se sumó a la fiesta con un bonito gol que culminó un contraataque de los que se ponen de ejemplo en la escuela de entrenadores.
El resultado final lo cerró Xavi con un golazo de falta que entró por toda la escuadra. No hubo tiempo para más. Puyol recibió la Copa ante una afición que alzaba las bufandas y las banderas festejando el primer título de un año que promete ser histórico. El fin de semana seguramente ganen la Liga y dentro de 15 días la Liga de Campeones.
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