Cuatro son los españoles que disponen de montura: Sete Gibernau, Toni Elías, Dani Pedrosa y Jorge Lorenzo. De entre todos, sólo el último brilla con luz propia. El doble campeón del mundo de 250cc afronta su segunda temporada en la máxima categoría a lomos de su Yamaha oficial. El año pasado esbozó detalles de que los límites a los que se enfrenta sólo se los va a poner él mismo. Incluso ganó su primera carrera en el Gran Premio de Portugal.
Posteriormente, su ambición y agresividad sobre el asfalto le llevó a besar el suelo en más ocasiones de las deseadas para no perder la confianza. Muchas dudas borradas a base de respeto a sus rivales y a una categoría que no conocía.
En la actual temporada hay un nuevo Jorge Lorenzo. Irreconocible para todos aquellos que le seguimos los pasos desde que debutó con 15 años en el Mundial de 125cc. El ímpetu no lo ha perdido, lo mantiene escondido para sacarlo a relucir en las situaciones más límites de las carreras. En Japón dio la sorpresa. En las casas de apuestas su nombre no aparecía entre los favoritos para ocupar el cajón más alto del podio. Casey Stoner, Dani Pedrosa y su compañero de escudería Valentino Rossi parecía enemigos de mucha talla como para lograr el triunfo. Sin embargo, en el motociclismo las victorias se logran sobre el asfalto.
El piloto mallorquín se puso chulo sobre su Yamaha en el circuito de Motegi. Desde las primeras vueltas dominó la carrera. No se dejó amedrentar por Valentino, quien aparentemente es su jefe de filas y quien goza de más privilegios en la marca japonesa. Tras cruzar la meta en primera posición, escuchó el himno, empapó de champán a sus rivales en el podio, saboreó el placer de verse líder de la clasificación y soñó que nadie se lo arrebataba.
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