

El perfil de la etapa marcaba 194 kilómetros, los que separaban la línea de salida con la llegada en Issoudun. Pero lo cierto es que sólo se corrieron 25 ó 30 (siendo generosos).
El motivo es que la décima etapa se disputó sin pinganillos, lo que ha supuesto una oleada de protestas entre la gran mayoría de directores de equipos y de corredores. Estos pinganillos se utilizan para que el director se ponga en contacto con los corredores en todo momento, para que siempre sepan qué está pasando en la etapa.
Claro, os podéis imaginar que la polémica entre los que defienden los pinganillos y los que los acusan está servida. Los detractores dicen que con los pinganillos se pierde espectáculo, que el ciclista no tiene iniciativa y que no se ve ciclismo de verdad. Los que defienden los pinganillos alegan que lo hacen como medida de seguridad para sus ciclistas y para órdenes concretas a los corredores, pudiendo estar en contacto en todo momento.
Así están las cosas, cuando los dirigentes del Tour decidieron que como prueba, la etapa décima se iba a disputar sin pinganillos. A los equipos no les hizo ninguna gracia y como no podían negarse, decidieron ir de paseo toda la etapa, como un manso rebaño, hasta que quedaban cerca de 25 kilómetros para el final. Pues eso, una especie de boicot al espectador, que al fin y al cabo, somos los que disfrutamos de este deporte.
Por cierto, en esta etapa sin pinganillos ganó (otra vez) Cavendish. La historia se puede volver a repetir el viernes 17, en la etapa 13 que también está previsto que se dispute sin pinganillos. Los equipos se han negado rotundamente. A ver qué pasa.
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